Para quien no me conoce me llamo Marga y soy psicóloga.
El otro día en mi consultorio pasó algo tan conmovedor que ahora que les escribo siento una caricia en el alma.
Nora, nombre ficticio, había llegado al consultorio unos meses atrás con una herida emocional muy profunda, su mamá había fallecido hacía unos años y no podía dejar de pensar, ni perdonarse, el no haber sido una hija mejor.
Según ella, su mamá había fallecido sin que ella pudiese demostrar cuánto valía y de lo que podía ser capaz.
Que triste, venimos al mundo a vivir y vivimos nuestra vida tratando de cumplir lo que se espera de nosotros.
Nos enseñaron a ser amables, a adivinar y satisfacer los deseos de otros ya postergar los nuestros.
Ella era una fiel evidencia de los estragos que producen las viejas heridas emocionales, que con el tiempo se van mimetizando con la propia persona. Estas heridas son como un ancla que se afinca en un lugar y no permite que el barco se mueva.
En el trabajo que hicimos juntas fuimos recorriendo y sanando sus viejas herida. Detrás de ellas apareció una niña que quería ser diseñadora de joyas pero no pudo, estaba muy ocupada satisfaciendo los deseos de todos los que la rodeaban.
Juntas movimos el ancla y Nora se animó a diseñar sus primeros “modelitos” como ella los llamaba.
Al poco tiempo había creado una colección que vendía con éxito en reuniones que organizaba.
Hoy era el día de nuestra despedida, yo estaba muy emocionada por sus logros … Antes de despedirnos, ya las dos en la puerta, abre su cartera y me entrega un elegante paquete, me abraza y me dice,
“Marga, esto te lo traigo para que siempre tengas presente de lo que sos capaz”.
Al abrir la caja, lloré.
Cada una de nosotras lleva una herida en su cajita, al abrirla podemos soltarla y al soltarla la herida se va perdiendo y se hace chiquita hasta que la perdemos en el horizonte.
Abrí tu cajita y déjala ir …
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